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Cada día canta mejor

 

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Tetera de Marianne Brandt, Museo Blanes. Foto: Ricardo Antúnez

Fundada en 1919 y clausurada en 1933 por el gobierno nazi, la escuela alemana de arquitectura y diseño cumple 100 años: la Bauhaus continúa siendo reconocida por sus innovaciones en didáctica, por la influencia de sus profesores y alumnos y por sus productos sorprendentemente actuales.

El uso (relativamente) popular de la expresión “diseño Bauhaus”, como adjetivo, se enfoca en una cuestión estilística, vagamente asociada a formas puras y abstractas. Sin embargo, las importantes transformaciones provocadas por la famosa escuela alemana –en sus apenas 14 años de actividad– no se restringen a aspectos formales o expresivos. Además de innovaciones en didáctica y pedagogía, la Bauhaus propuso una nueva concepción de la relación entre el arte, la artesanía y los medios de producción, los procesos industriales, los objetos, el espacio y los edificios. En definitiva, ayudó a cambiar nuestra manera de relacionarnos con el entorno material en todas sus escalas.

Pero el fenómeno de la Bauhaus no surgió de la nada. Su contexto fue el período de entreguerras –lo que se conoce como la República de Weimar, de 1918 a 1933–, el de la Alemania derrotada, con recesión económica, inflación y, al final del ciclo, el surgimiento del nacionalsocialismo; en relación con la arquitectura, es la época protomoderna europea, en la que conviven expresiones renovadoras con posturas más conservadoras o románticas: el Arts and Crafts, el Art Nouveau, la Escuela de Ámsterdam, la Deutscher Werkbund, entre otras.

La Bauhaus surge en Weimar, de la fusión de las escuelas de Bellas Artes y la de Artes y Oficios, cuyo director, Henry van de Velde, designó en su lugar al arquitecto Walter Gropius, fundador y principal impulsor de la nueva escuela a partir de 1919. Este origen que mezcla arte y artesanía es fundamental para entender las particularidades de la Bauhaus, y lo vincula directamente a la tradición del británico William Morris y el Arts and Crafts.

Como respuesta a la situación social de la época, signada por la escasez material, los artistas buscaban eliminar las diferencias sociales con su trabajo y expresar las condiciones de una nueva sociedad más justa. En la primera proclama de la Bauhaus, un Gropius imbuido de misticismo proponía: “Aportemos todos nuestra voluntad, nuestra inventiva, nuestra creatividad a la nueva actividad constructora del futuro, que será todo en una sola forma: arquitectura, escultura y pintura, y que millares de manos de artesanos elevarán hacia el cielo como símbolo cristalino de una nueva fe que está surgiendo”.

Aunque para Gropius “el fin último de cualquier actividad figurativa es la arquitectura”, el primer plan de estudios de la escuela se dirigía principalmente a la formación de artesanos, con una alusión a los gremios medievales (los constructores de las catedrales góticas) y a las ideas de Morris. En esta primera etapa se destacaba el trabajo del suizo Johannes Itten y su curso introductorio, el Volkrus. A contracorriente de la educación academicista, Itten se proponía que los estudiantes desaprendieran su formación clásica y se conectaran instintivamente con sus raíces y su psiquis. Los resultados de estas primeras experiencias reflejaban un expresionismo primitivo con reminiscencias tribales africanas y orientales. El Volkrus, que contaba con los aportes de los expertos en color, Paul Klee y Wassily Kandinsky, fue dirigido posteriormente por Josef Albers y László Moholy-Nagy, artistas más vinculados a la abstracción, que habría de marcar el futuro de la Bauhaus.

La imagen Bauhaus

En 1922, la visita del artista holandés Theo van Doesburg definió un punto de inflexión en la historia de la Bauhaus. Miembro del movimiento De Stijl, Van Doesburg sirvió como catalizador para una depuración formal de los productos de la escuela. En esta segunda época, Gropius intentó dirigir a los estudiantes hacia productos pensados para la industrialización, con la consigna de que “la máquina es nuestro método moderno de diseño”, mientras proponía una nueva unidad entre arte y técnica. También es en esta fase de la escuela en la que se forja la imagen Bauhaus, una gramática sofisticada y abstracta construida con formas geométricas básicas.

Luego del curso preliminar, los estudiantes se preparaban por tres años en un oficio específico, para después cursar el programa de maestría, en el que profundizaban en arquitectura y producción en serie. Algunos de los talleres se denominaban por el material con el que se trabajaba: metales, madera, vidrio; otros por el producto final: textil, impresión, encuadernación, alfarería, etcétera. En la arquitectura, entendida como una “obra de arte total” –la síntesis–, confluirían todas las ramas enseñadas en la escuela. En agosto de 1923, apenas cuatro años más tarde de su fundación, la Bauhaus hizo la primera exposición sobre sus productos.

Si bien las mujeres tenían libertad para matricularse en la escuela, en los hechos se restringía su acceso para no superar un tercio del estudiantado, y se las orientaba para participar en los talleres “más femeninos”, como los de tejido o de orfebrería. Ejemplo de alumnas de la Bauhaus son Anni Albers, que se destacó por sus trabajos en tejido, Gertrud Arndt en la producción de alfombras y fotografía, y Lucia Moholy, también en fotografía. Los apellidos de estas tres estudiantes coinciden con los de maestros de la escuela –eran sus esposas–, cumpliendo con la infeliz consigna de la gran mujer detrás de un gran hombre. Quizá las dos más destacadas fueron Marianne Brandt, diseñadora del taller de metales, y Alma Buscher, del taller de carpintería. Ellas consiguieron romper la frontera de los talleres “masculinos” y demostrar lo ridículo de aquella división.

Las críticas sobre la propuesta académica de la escuela, tanto desde el gobierno central como desde el local, dieron paso a importantes recortes en el presupuesto; en 1925 Gropius y sus principales colaboradores renunciaron a sus puestos. Varias ciudades pujaron por albergar a la Bauhaus, y fue finalmente Dessau –de gobierno socialista– la que lo consiguió, ofreciendo además un amplio terreno y los medios para la construcción de un nuevo edificio. Junto a Gropius, se mudaron también los maestros Lyonel Feininger, Kandinsky, Klee, Moholy-Nagy, Georg Muche y Oskar Schlemmer.

Fue en Dessau donde la Bauhaus alcanzó su punto más alto, y el edificio, diseñado por el propio Gropius, representaba su concreción. El autor, que poco tiempo antes escribía que en la Bauhaus aspiraban a “crear una arquitectura clara, orgánica, de una lógica interior radiante y desnuda, libre de revestimientos engañosos y de triquiñuelas”, una arquitectura adaptada a un “mundo de máquinas, receptores de radio y automóviles rápidos”, aprovechó esta oportunidad para proyectar uno de los edificios más representativos de la arquitectura del siglo XX. Fue inaugurado a fines de 1926; habían pasado tan sólo ocho años luego del final de la gran guerra.

Dado que el terreno, localizado en las afueras de la ciudad, no ofrecía demasiadas restricciones, el arquitecto –y también cliente en este caso– trabajó con mucha libertad. El programa incluía los talleres (el volumen mayor del conjunto), espacios comunes (restaurante y teatro), una escuela técnica (un requisito agregado por el ayuntamiento), las oficinas administrativas y viviendas para los estudiantes. Cada uno de estos paquetes, con requerimientos de área y alturas diferentes, conforma un volumen distinto, y quizá lo más interesante del proyecto es la forma en la que estos cuerpos se asocian en un edificio, que es a la vez varios.

Equilibrio inestable

A diferencia de un edificio clásico y axial, que se conoce completo al ver tan sólo una fachada, el proyecto del edificio de la Bauhaus es esquivo y es necesario recorrerlo para comprenderlo. En términos compositivos, su riqueza mayor radica en su equilibrio inestable, ya que desde cada nuevo punto de vista las relaciones de sus partes cambian. Y para reforzar aun más este dinamismo, Gropius proyectó una calle entre los dos cuerpos principales, que permanecen unidos por un puente en el que situó las oficinas. El cuerpo más alto, en el extremo este del conjunto, contiene las residencias de los estudiantes. Gropius proyectó también las casas para los maestros, ubicadas en un terreno cercano.

Además de sus particularidades volumétricas, el edificio de la Bauhaus llamaba la atención por su expresión material. Los muros eran blancos, lisos y libres de cualquier ornamentación; las estructuras de hormigón estaban visibles, separadas del plano de fachada; enormes paños de ventanas, dispuestas horizontal o verticalmente según la función, se adosaban a las fachadas, en ocasiones sin tocarla, y en otras forrando la esquina. En conjunto, para la época, la imagen probablemente correspondía más a la de una fábrica que a la de una escuela de artes. De hecho, un antecedente de esta expresión se encuentra en un edificio del mismo Gropius, la fábrica Fagus de 1911.

Entre la crisis económica incipiente y la antipatía de los habitantes de la pequeña ciudad, en 1927 volvió la inestabilidad a la escuela, y un año más tarde Gropius designó al arquitecto y urbanista suizo Hannes Meyer, para que lo sucediera en la dirección. Meyer se había desempeñado por un corto período como responsable del área de arquitectura de la escuela. Funcionalista, crítico de los desvíos formalistas de la etapa anterior –asociados al lujo más que a las necesidades populares–, intentó imprimir un carácter más radical a los trabajos de la Bauhaus, con la mira en la producción en masa. Alcanzó a reformar el plan de estudios, fusionando algunos de los talleres existentes, pero en 1930 fue cesado del cargo por razones políticas, bajo el alegato de supuestas prácticas comunistas.

Los últimos tres años de la escuela fueron dirigidos por el célebre arquitecto Mies van der Rohe, dueño ya de una trayectoria relevante dentro de la arquitectura moderna. Pocos años atrás había sido el encargado del proyecto para la colonia Weissenhof, en Stuttgart, así como del Pabellón alemán en la Exposición Internacional de Barcelona (conocido como Pabellón Barcelona). Con el objetivo de despolitizar a la escuela, Van der Rohe se enfrentó duramente a la organización estudiantil y los retiró del cogobierno. Puso el foco académico en la enseñanza de la arquitectura y su esencia constructiva –dejando de lado el carácter social proclamado por sus dos predecesores–, achicó la duración de la carrera, redujo drásticamente los talleres y cortó la producción de objetos para la venta al público, provocando una importante transformación del perfil de la Bauhaus.

En 1932 la Bauhaus tuvo que abandonar Dessau y mudarse nuevamente, esta vez a Berlín, donde funcionó hasta su cierre en 1933. En Berlín, aún bajo dirección de Van der Rohe, la escuela pasó a ser privada y se profundizó el perfil arquitectónico y constructivo del plan de estudios. Poco tiempo duró esta nueva situación: diferentes agencias del gobierno nazi acorralaron a la escuela y terminaron por clausurarla, otra vez bajo la acusación de vincularse con el comunismo.

Los tres directores de la escuela emigraron a Estados Unidos, a donde también se desplazó el foco de la arquitectura moderna hasta el final de la Segunda Guerra Mundial.

Los productos Bauhaus [recuadro]

Aunque el principal objetivo de la Bauhaus era la arquitectura, entendida como una “obra de arte total”, lo cierto es que la escuela no dejó muchos productos arquitectónicos. Su edificio en Dessau fue proyectado por el estudio del director, Walter Gropius, así como el complejo habitacional Törten, aunque este último sí contó con la participación de estudiantes de la escuela.

Por otro lado, son varios los productos de mobiliario que trascendieron las puertas de la escuela, muchos de los cuales son producidos actualmente (y pocos adivinarían su longevidad). La silla Wassily (o Modelo B3) fue diseñada por el arquitecto húngaro Marcel Breuer entre 1925 y 1926, y es quizá uno de los productos más reconocibles. La identificación con esta silla de tubo de acero y la Bauhaus puede verse en las fotos de época del auditorio del edificio de Dessau, poblado por completo por las Wassily. Breuer, quien había diseñado anteriormente la Silla de Listones de madera, también es el autor de la silla Cesca, de 1928. Uno de los productos más populares de la Bauhaus es la lámpara de mesa de luz Kandem, diseñada por la alemana Marianne Brandt y el austríaco Hin Bredendieck en 1928. Brandt se había destacado por sus diseños en metal, en particular por la Tetera Plateada (o MT 49) de 1924. Otro producto popular, producido en la época de Weimar, fue la lámpara de metal y cristal, la WG24 de Wilhelm Wagenfeld.

 

El documental [recuadro]

Medir el impacto real, en el mundo del diseño y la arquitectura, de la corta historia de la escuela de la Bauhaus puede ser una tarea imposible. Lo que sí se puede es establecer relatos que vinculen aquellas ideas con acciones y resultados alejados en tiempo y espacio. Mundo Bauhaus (2015) es un documental de la Deutsche Welle (DW), producido por planetfilm con el apoyo del Ministerio Federal de Relaciones Exteriores de Alemania, que busca crear un relato en torno a las presuntas influencias de la escuela alemana en el diseño y la vida contemporánea.

El film fue dividido en tres capítulos de 42 minutos cada uno y está disponible en el canal de Youtube de la DW, traducido al español. El primer capítulo, titulado “El código”, se pregunta “qué hay detrás de la fórmula del éxito de la Bauhaus”. Desde Londres hasta Tel Aviv, se exponen casos contemporáneos sobre el proceso intuitivo, la estética minimalista, la estandarización de las medidas, el vínculo entre la artesanía y la industria, entre la moda y la máquina, el diseño corporativo y el patrimonio moderno. El capítulo “El efecto” indaga en “cómo se desarrollaron los principios de la Bauhaus”. Detrás del concepto de “diseño democrático” aparecen experiencias globales como las de Ikea, Braun, Apple o Vitra. Finalmente, en “La utopía”, se cuestiona sobre las posibilidades de “una buena vida para todos”. En este capítulo aparecen la veta social y pedagógica de la Bauhaus, y se presentan los grandes complejos habitacionales, la infraestructura, la relación con la producción sustentable, la vivienda mínima y el espacio público. En este último capítulo es donde el documental se siente más forzado, más panfletario, aunque sin perder del todo la elegancia alemana.

 

autor: gustavo hiriart

publicado originalmente en la diaria, Montevideo, Uruguay

https://ladiaria.com.uy/articulo/2019/6/la-bauhaus-y-su-revolucionaria-concepcion-del-arte-la-artesania-y-el-espacio-cumple-100-anos/

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La diaria, edición 28/06/19

Historias detrás de planos

© gustavo hiriart

El 27 de noviembre, la Facultad de Arquitectura de la Universidad de la República (Udelar) celebró su centenario como facultad independiente: antes de su fundación era parte de la Facultad de Matemáticas. La conmemoración procuraba, principalmente, reunir a quienes pertenecen y han pertenecido a la casa de estudios, por lo que presentó su sede, el icónico edificio de Bulevar Artigas, engalanada y organizada como una exposición continua de los trabajos que allí se realizan. La celebración incluyó también actividades protocolares con la presencia de personalidades como el rector de la Udelar, el doctor Roberto Markarian, la decana de la Facultad de Ingeniería, la ingeniera María Simon, y representantes de los distintos órdenes y gremios.

Pero, más allá de lo que sucedió en esa concurridísima y lluviosa noche de viernes, lo que interesa comentar ahora es uno de los productos más importantes del centenario de la facultad: el libro Cien años. El interés está en el libro en sí, por su calidad y capacidad comunicativa (es, además, un objeto bello, como era de esperarse), pero también en que su lectura permite hilvanar una historia que trasciende el interés específico de una disciplina y sus avatares, ya que nos muestra el rol que la Facultad de Arquitectura, en sus 100 años, ha desempeñado en la cultura de Uruguay.

Por escrito

La elaboración de un libro que resuma, por decirlo de algún modo, la historia de una facultad puede ser una tarea imposible si se pretende alcanzar acuerdos que concilien las distintas visiones sobre el pasado; el lejano y, especialmente, el reciente. La metodología utilizada para realizar el libro Cien años intenta eludir, como dice el decano, el doctor arquitecto Gustavo Scheps, en el prólogo, “el discurso único, la exposición concluyente” por medio de un producto coral, polifónico, que asume que sus miradas y relatos son “fatalmente incompletos”.

La estructura que hizo posible elaborar el libro se apoya en una Comisión de los Cien Años, que definió un comité editorial formado por diez editores (uno por década), quienes a su vez escogieron a 100 autores (uno por año, obviamente). Cada década es presentada por un editor y a cada año le corresponde un relato que ocupa una página completa y una fotografía, en la página contigua, que ilustra el texto. Hasta aquí tenemos solamente un sistema, un procedimiento que no asegura la calidad del conjunto, sino que plantea las reglas del juego. El resultado, gracias a editores y a autores, es un libro amable y conmovedor por momentos, que, como adelantaba antes, sitúa a la facultad en los principales debates culturales de cada época.

La publicación del libro se enmarca en una política del actual decanato de “reposicionar la arquitectura y el diseño como dimensiones fundamentales de la cultura”, como le contaba el año pasado a la diaria Scheps (ver ladiaria.com.uy/articulo/2015/5/forma-y-espacio/); de la misma forma, en el prólogo de Cien años afirma que el libro intenta ser en sí mismo un “acontecimiento cultural”. Este libro tiene la capacidad de establecer ese nexo entre cultura y arquitectura a través del tiempo y, de alguna forma, propone el desafío de “asumir las responsabilidades de nuestro tiempo en el proceso de construcción histórica”, continúa Scheps.

100 relatos

Me propongo ahora repasar someramente algunos de los hitos principales, una selección personal y errática, que aparecen narrados en Cien años. Sólo cuando incorpore algún texto de forma literal citaré al autor; los autores restantes pueden ser consultados en el índice del libro.

1915 fue el año en el que la tensión entre arquitectos e ingenieros acabó por definir los perfiles y las especificidades de cada una de esas disciplinas; a partir de entonces, se crearon ambas facultades (otro ejemplo del tan manido binomio crisis-oportunidad), con la participación destacada del doctor Baltasar Brum. En esos primeros años de la facultad, la figura predominante fue, sin duda, la de Monsieur Joseph Carré, quien lentamente guio la transformación de la carrera: de una formación academicista (Beaux-Arts) a una formación más renovadora, apoyada más adelante en los profesores arquitectos Mauricio Cravotto y Julio Vilamajó.

En 1918 se creó el Centro de Estudiantes de Arquitectura (Ceda); el libro da cuenta de su constante y activa participación a lo largo del centenario, en muchos casos proponiendo y fomentando los principales debates sobre temas de arquitectura y sociedad. Así lo muestran los textos correspondientes a la creación de la Revista Ceda, editada por primera vez en 1932; la huelga estudiantil del año siguiente contra el golpe de Estado de Gabriel Terra; la realización del mundialmente famoso grupo de viaje, que tuvo su primera experiencia en 1947; la colocación de una enorme pancarta en la fachada de la facultad que rezaba: “Fuera el imperialismo yanqui de América Latina, viva la revolución cubana”, por la visita de Dwight Eisenhower a Montevideo en 1960 (hecho que terminó en una fuerte represión policial); la edición de una nueva revista en 1981, Trazo, que procuraba generar espacios de libertad en una facultad aún intervenida por la dictadura; la realización del Encontrazo un año después, nombre que en 1990 volvería a ser usado para el Primer Encuentro de Estudiantes de Arquitectura, realizado en Montevideo, que inauguró una tradición de encuentros anuales en toda América del Sur.

Volviendo al orden cronológico, en 1918 se realizó por vez primera el Gran Premio (antecedente lejano de los citados grupos de viaje), que consistía en enviar un estudiante a un largo viaje de estudios. La página del año 1920 relata la experiencia de Vilamajó y la relación con sus dibujos, algunos de los cuales aún pueden verse en el Museo Nacional de Artes Visuales hasta el 21 de febrero.

El relato del centenario pondera el decanato renovador de Leopoldo Carlos Agorio en 1928, ya que, como escribe la arquitecta Cecilia Hernández Aguirre, “su discurso refleja la idea del tránsito de una enseñanza en el plano abstracto, sin contenido de valores sociales, estéticos ni técnicos, propios de la composición Beaux-Art, a la aceptación de la técnica, la industria y los cambios en los modos de vida como motor de un arte nuevo”. Estos planteos alimentaron la discusión de los años siguientes, que tuvo un particular énfasis en los aspectos sociales de la disciplina.

Entre 1934 y 1936, Joaquín Torres García brindó una gran cantidad de conferencias en la facultad que vinculaban arte y morfología. Más allá de la importancia puntual de estos cursos dictados por Torres, es de destacar la influencia que tuvo el afamado pintor en arquitectos como Rafael Lorente Escudero, Ernesto Leborgne y Mario Payssé Reyes.

En 1936 comenzó a funcionar en la Facultad de Arquitectura el Instituto de Teoría y Urbanismo (ITU), dirigido por Cravotto, un año después de que una de sus principales figuras, el arquitecto Carlos Gómez Gavazzo, pusiera en relación la desorganización urbana de Montevideo con la falta de formación técnica específica en urbanismo, y un año antes de que el ITU publicara el primer número de su revista. Esta vinculación entre institutos, gremios y publicaciones propias signa la historia de la facultad, y se mantiene hasta nuestros días. Además del ITU, el pensamiento urbano tuvo en los Seminarios Montevideo y en la Maestría de Ordenamiento Territorial sus principales plataformas de reflexión.

Si pensamos en la Facultad de Arquitectura, pensamos inmediatamente en su edificio actual, obra de Román Fresnedo Siri y Mario Muccinelli, inaugurado en 1948. Actualmente saludable, fue preciso que transitara por varios procesos de recuperación edilicia y de su equipamiento, y, luego de pequeñas adiciones sobre la calle Mario Cassinoni, se proyecta una gran ampliación sobre ese sector. Además, en 2011 la facultad se hizo cargo del Museo Casa Vilamajó y adquirió su casa vecina para albergar al Centro de Posgrados, la Casa Centenario.

“El Plan de Estudios de 1952, parteaguas entre dos épocas, fue asumido como mito fundacional de un proceso que, teniendo un ancla en lo disciplinar, se proyectaba en un escenario político de signo progresista…”, resume el arquitecto Nery González. El viraje hacia una facultad más involucrada en los temas políticos (y posicionada ideológicamente en un contexto de Guerra Fría) estableció el marco para las discusiones sobre el perfil de formación del arquitecto de los siguientes 20 años, temas que volvieron a aparecer en la discusión de los planes de 2002 y 2014. El nuevo escenario a partir del Plan 52 trajo aparejado el alejamiento de importantes profesores (y excelentes arquitectos), como Cravotto, Octavio de los Campos e Ildefonso Aroztegui.

Resulta natural pensar en la época de la intervención de la Universidad, de 1973 a 1985, como una etapa oscura; sin embargo, el libro recoge testimonios de resistencia, algunos entrañables, otros jocosos, que resaltan la convivencia y, sobre todo, la creatividad. Los relatos cuentan sobre la búsqueda de espacios de libertad, el diseño de la libertad, ya sea en el ámbito privado de los estudios como en la militancia por la defensa de la ciudad, el Grupo de Estudios Urbanos, la edición de una nueva revista de los estudiantes (la mencionada Trazo) y el primer encuentro de estudiantes (también nombrado más arriba, el Encontrazo).

Finalizando la cronología, quedan muchos momentos por nombrar -en especial, del pasado reciente: las participaciones en la Bienal de Venecia, el premio Archiprix, la reciente creación del doctorado y todo lo relacionado con el intenso año del centenario-, algunos de éstos ya abordados con anterioridad en la diaria. Pero este espacio es acotado y este texto es una excusa; para todo lo demás está el libro.

FADU

A las 00.00 del 28 de noviembre, la facultad cambió su nombre por Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU). Hoy, la FADU recibe a 1.200 estudiantes por año en sus cinco carreras: Arquitectura, Diseño Industrial, Diseño de Comunicación Visual, Diseño de Paisaje y Diseño Integrado. Scheps cierra el libro (y este texto) con este fragmento: “Nuestra Facultad consolida un espacio completo y sinérgico, abocado a la investigación y formación en torno al proyecto y la transformación del hábitat. Para profundizar la incidencia social y cultural de nuestras disciplinas […] buscamos adecuar y re-imaginar, con rigor y exigencia, creatividad y honestidad intelectual, sus valores, su identidad y su especificidad”.

autor: gustavo hiriart

publicado originalmente en la diaria, Montevideo, Uruguay

http://ladiaria.com.uy/articulo/2016/1/historias-detras-de-planos/

La diaria, edición 29/01/16

La diaria, edición 29/01/16

Una callada manera – Entrevista a Gustavo Scheps

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© sandro pereyra

La Facultad de Arquitectura de la Universidad de la República está cumpliendo 100 años. Por ese motivo conversé con el actual decano, el arquitecto Gustavo Scheps (elegido en 2009 y reelecto en 2013). Dedicado a la tarea de volver a situar la arquitectura y el diseño en la esfera de la cultura, habló sobre el centenario de la facultad y cómo ésta crece, se piensa a sí misma y se prepara para dar a conocer lo que hace.

¿Qué significa para la Facultad de Arquitectura estar cumpliendo cien años?

El Centenario es un buen pretexto para de alguna manera reflexionar y hacer reflexionar sobre lo que es la arquitectura; sobre lo que hacemos y deberíamos hacer dentro de la facultad, y lo que debería ser nuestro aporte a la sociedad y la cultura. En realidad son 100 años como facultad independiente, y alrededor de 130 años de la presencia de la arquitectura en el país, como enseñanza dentro de la Facultad de Matemáticas.

Uno repasa y ve que tenemos una trayectoria contundente: es una facultad que tiene un perfil muy claro, muy fuerte, muy vinculado sobre todo al proyecto, que de algún modo entiende al proyecto como una cuestión compleja que abarca la multitud de escalas que construyen el hábitat. Su estructura, que se ha mantenido a lo largo de los 100 años, en base a Talleres Verticales (1) también le da a los arquitectos en este país un perfil identitario bastante reconocible.

De alguna forma entendés que hay una relación entre aquel arquitecto que se formaba hace 100 años y el que se forma ahora ¿Existe una linea, tal vez a través de los talleres verticales, que le da una cierta continuidad?

Yo creo que se puede hablar de continuidad. En verdad las continuidades las construye uno, desde cierta voluntad de construirlas. Yo diría que hay una matriz que se ha mantenido bastante constante, desde los inicios, en términos de cómo se produce la enseñanza. Es decir: se ha centrado en el taller, y se ha basado en talleres verticales, esto es: que ponen en contacto a todos los estudiantes de todos los años con docentes diferentes, que a su vez pueden cambiar de lugar dentro del taller. Eso genera una proximidad muy grande entre el estudiante y el docente. El rango jerárquico, por así decirlo, es bastante chato. En nuestra facultad es muy normal hablar con mucha comodidad con el catedrático o quien fuera, quizá más de lo que es habitual en otras disciplinas. Y eso genera también una manera muy fluida de relacionarse con los más jóvenes y con los mayores. Yo creo que esa matriz existe; incluso es interesante cómo esa matriz construye un discurso, en el cual, como decía al principio, esa vinculación entre las diversas escalas y problemas, se pone de manifiesto.

Está claro también, que el período más reciente, con una enorme masividad, pone en problemas este modelo, e incluso lo hace tambalear. Pero de algún modo existe. Es interesante pensar cómo el Plan 52 (2) fortaleció la estructura de talleres, cuando en realidad esta estructura es un formato de enseñanza que responde a las visiones académicas, que eran precisamente lo que el plan venía a cuestionar: le exigía a la facultad mayor compromiso con el medio y con la realidad, y adoptar un protagonismo en términos de cambio, pero se apoyaba, y creo que con enorme inteligencia en el taller, la herramienta paradigmática de la facultad, para redoblar la apuesta, y completar esa visión de las escalas que nombraba antes.

De hecho en la región los talleres verticales son una excepción…

Los talleres verticales son cada vez más excepcionales. Existen, en Argentina son muy comunes, pero en general han sido sustituidos por estructuras horizontales, es decir: cursos por año. Más allá de emitir juicios a cerca de esto, creo que el modelo deja una impronta en la formación, en la formación docente y en esta psicología social, por decirle de alguna forma, del arquitecto, de esa manera de vincularnos entre nosotros y con los otros.

Existe entonces esa matriz común, pero por otro lado también hay diferencias notorias, porque el medio ha cambiado. Y creo que parte de la responsabilidad de la facultad hoy día es entender qué es lo que hacemos los arquitectos, cómo lo hacemos, y presentarlo a la sociedad de manera agiornada para que nuestro aporte pueda ser verdaderamente significativo. Muchas veces la sociedad mantiene una visión perimida de la arquitectura; y muchas veces nosotros actuamos en función de esa visión perimida. Entonces hay como un círculo que se retroalimenta, dónde se esperan ciertas cosas de la arquitectura, la arquitectura las genera, pero en realidad no se expande, no se difunde, y este es parte del empeño que estamos haciendo para este centenario.

¿Y cómo se propone la facultad expandir, por usar tu término, las celebraciones por el centenario?

Hay un hilo conductor en el trabajo que estamos haciendo desde el decanato, que tiene que ver con reposicionar a la arquitectura y el diseño como dimensiones fundamentales de la cultura. Y esto no lo afirmamos con un espíritu corporativo, sino que entiendo que verdaderamente es parte de la responsabilidad de esta facultad reconstruirse como campo de conocimiento. Es mucho más el aporte que podríamos hacer, del que estamos haciendo, y es mucho más lo que nos deberían pedir.

Para alinear los festejos con esta filosofía, la idea es tratar de presentar lo que hace la facultad; además de hacer un reconocimiento de lo que ha sido la trayectoria, mucha y muy importante, sobre todo pretendemos mostrar lo que hace la facultad. En este sentido, se están previendo una serie de actividades, que naturalmente incluyen una fiesta en nuestra casa, pero también estamos buscando un contacto con los egresados, no sólo para hacerlos partícipes del centenario, sino para fortalecer lo que es el espíritu de una comunidad académica. En definitiva es parte de este proyecto de restitución de la arquitectura como una dimensión cultural, que debe asentarse en un auto-reconocimiento de quienes practicamos, estudiamos y enseñamos la arquitectura. El centenario es un pretexto para traer gente, disfrutarla, y para mostrarle a la sociedad y la cultura lo que hacemos en la facultad.

Se han hecho y se están haciendo convocatorias; por ejemplo en este momento el consejo aprobó la edición del libro del centenario, que queremos que sea una pieza amable, atractiva, que pueda ser un elemento común entre distintos arquitectos, y que también la gestación del libro sea un proceso interesante.

En relación a lo que se hace en la facultad ¿Cómo encuentra el año 100 a la facultad?

Lo encuentra en la mejor condición para celebrar el centenario. Esto es: creciendo y discutiéndonos. Porque es la verdad, la facultad durante más de 90 años solamente formó arquitectos. Hoy tenemos, además de arquitectura, muchas carreras: tenemos licenciatura de paisaje, de comunicación visual, de diseño industrial y diseño integrado en Salto. Y eso nos coloca en posición de ser la plataforma más potente que hay en el país para el estudio y la enseñanza del proyecto y la transformación del hábitat. De hecho, a la tradición de incorporar el pensamiento y el ordenamiento territorial y lo urbano en la formación del arquitecto (que es indisoluble) ahora también podemos decir que hemos incorporado el diseño de los objetos. Del objeto al territorio todo el proyecto y transformación del hábitat están en discusión la facultad.

¿Se ha pensado en cambiar el nombre de la facultad?

Ahora mismo en el consejo se está discutiendo el cambio de nombre. La idea es cambiar el nombre con la celebración del centenario, y la propuesta que hay es que al día siguiente de cumplir los 100 años la facultad cambie su nombre.

Y este es otro aspecto interesante, y es que la facultad se está discutiendo a sí misma: se está discutiendo con relación al plan de estudios de la carrera arquitectura, que está en proceso de implementación, y es un plan que trata de cambiar las cosas e ir a dimensiones más esenciales, más profundas; trata de ser menos anecdótico, menos acumulativo de contenido para pasar a ser más sustancial. Y por otro lado, esa discusión del plan, ha motivado que la facultad se mire a sí misma en todos los sentidos. La estructura docente está en discusión, tenemos que modernizarla de tal forma que permita un desarrollo de las carreras docentes, que rompa la estructura fragmentaria que ahora tenemos, que es contradictoria con la naturaleza del campo del conocimiento.

El tema del nombre está en una polémica intensa, y al mismo tiempo se discute todo. Se acepta que en la facultad se hacen ordenamiento territorial y urbanismo, pero nos preguntamos si eso debe incorporarse en el nombre o está implícito en la propia idea de la arquitectura. Y es muy interesante la polémica porque en realidad se está viendo qué refleja mejor lo que hacemos. Lo cual significa que estamos pensando a cerca de lo que hacemos, lo que no está nada mal.

¿Hay cambios también a nivel posgrados?

En nuestro país, la arquitectura como disciplina tiene un cierto rezago en cuanto a aceptar la importancia del posgrado. En este momento la facultad ha implementado el Sistema Integrado de Posgrados, una matriz en la cual todos los posgrados están puestos en contacto, lo cual permite un aprovechamiento de recursos humanos y materiales, permite que el estudiante pueda generar una carrera de posgrado personalizada, incluso tomando cursos fuera de la facultad. El doctorado se instaló en la facultad hace más de un año y cuenta ya con diez estudiantes, de manera que ahora tenemos completo el arco de los posgrados. Es una responsabilidad ineludible asegurar la posibilidad de formación al egresado y al docente; la transformación del conocimiento es muy grande y es una responsabilidad académica ofrecer la chance de que todos puedan seguirse formando.

Se inauguró una exposición en el Centro Cultural de España sobre las publicaciones de la facultad.

Hemos hecho un gran esfuerzo, no solamente por publicar centralmente, sino también por generar sinergia entre lo que se hace. Por ejemplo, las muestras itinerantes de arquitectos nacionales, que organiza el Instituto de Historia de la Arquitectura (IHA), se convierten paralelamente en una colección de catálogos, que no solo acompañan la muestra, sino que en sí mismos tienen valor documental.

Con las conferencias inaugurales de cada semestre, dictadas por invitados internacionales, generamos también la colección libros Conferencias. A esos mismos invitados los entrevistamos en la Casa Vilamajó, lo que también termina publicado: ya han sido editados dos libros de complicaciones de dichas entrevistas.Todo esto está superpuesto a lo que son las publicaciones de los diferentes institutos, como la revista Vivienda Popular editada por la Unidad Permanente de Vivienda, o Vitruvia, la nueva revista del IHA. Luego de 25 años sin ser publicada, estamos editando, a un número por año y ya está por salir el cuarto, la REVISTA de la facultad.

Al mismo tiempo estamos intentando redoblar la apuesta y generar un vínculo con el mercado editorial, porque realmente se están generando productos de muy buena calidad, pero tenemos la dificultad de que no llegan al público con la fuerza que deberían llegar.

En el prólogo de la primera edición de la nueva era de la REVISTA escribiste que esta revista “es en sí misma un espacio público”. Luego de tres números editados ¿en qué medida se verifica esa afirmación?

Creo que en buena medida la REVISTA no es la tradicional revista de escuela de arquitectura; se ha convertido deliberadamente en un espacio que trata de aportar al debate de ciertos temas. La presencia del pensamiento de la facultad está en la reflexión y en algunos ejemplos de la praxis, pero sobre todo trata de ser un elemento que apunte al debate.

Lo cierto es que todavía no estamos en el plano que aspirábamos, quizá con exceso de optimismo. Pero el camino es la persistencia, y reconocer los errores: tenemos problemas de distribución y de visibilidad; hay muy pocos medios que atienden lo que se hace en este campo. Pienso que el centenario es una oportunidad para darle más fuerza. Todo esto está en agenda, planificado para en los próximos dos años llegar a un espacio editorial real y un vínculo fuerte con los medios que nos permita llegar a todos.

Nombraste antes a la Casa Vilamajó…

La casa de quien fue un arquitecto muy influyente para el país está administrada por la Facultad de Arquitectura, y hemos generado allí un museo, que en primer lugar lo que muestra es la casa, un muy lindo ejemplo de arquitectura, un ejercicio de proyecto verdaderamente muy rico. Está abierto dos veces por semana, con guías de la facultad que acompañan las visitas. Además es un espacio de exposiciones y se ha convertido en una pieza importante de la estrategia general de re-vincular la arquitectura y la cultura. Por otro lado la facultad compró la casa de al lado y allí se va a instalar la Casa Centenario, que va a alojar el centro de posgrados.

Con origen en la Casa Vilamajó está lo que hemos llamado el Premio Vilamajó, un premio a la generación de conocimiento en arquitectura y diseño. Esto parte de la idea de que la arquitectura y el diseño son un campo de conocimiento que tiene sus propias lógicas en cuanto a proponer conocimiento original, mostrando a la cultura nuevas formas de entender el mundo. Esta dimensión de la arquitectura como generadora de conocimiento es dificultosamente aceptada en determinados ámbitos académicos, es decir: los criterios de validación de la creación del conocimiento y de su mérito responden a mecánicas que tienen que ver con la generación de conocimiento científico. Este conocimiento a través del proyecto que tiende al hacer, a la transformación, no responde adecuadamente a estos criterios de validación. Por tanto el premio se plantea como un espacio de reconocimiento y legitimación desde la arquitectura y el diseño de estas propuestas de creación de conocimiento original. Estamos ahora en la tercera edición, y la idea es nuevamente que lentamente vaya permeando en la cultura académica y no académica.

La facultad estuvo involucrada en la elaboración de la exposición del MoMA de Nueva York sobre arquitectura latinoamericana (3). Vos particularmente escribiste el prólogo al capítulo sobre Uruguay. Desde tu punto de vista ¿qué relevancia tiene esta exposición para nuestra arquitectura?

De más está decir que es importantísimo estar en una vidriera del mundo como es el MoMA. Además de eso, si bien yo no tuve aún la oportunidad de verla, me han comentado que la muestra del sector uruguayo es muy buena. Creo que es de esas cosas que nos hacen falta. Es decir: la arquitectura uruguaya a nivel internacional tiene un gran prestigio, pero que es inversamente proporcional al conocimiento que se tiene afuera sobre nuestra arquitectura. Por alguna razón existe la sensación de que la arquitectura uruguaya es buena pero no se la conoce.

Está en la esfera del mito…

Hay algo de eso. Hay ciertos nombres que verdaderamente han dejado señales, pero hay algo que es verdad, o al menos yo estoy convencido: la arquitectura uruguaya es muy buena! Es muy buena pero está fuera de los parámetros de legitimación del mainstream. Es decir: hay poca arquitectura de la que se publica y de la cual se habla, y sin embargo el interés de esta arquitectura está, por ejemplo, en la construcción de ciudad, y lo ha estado en momentos muy diferentes. Incluso actualmente hay ejercicios muy interesantes de pequeña construcción, callada, pero que cuando uno la visita realmente entiende que está viendo algo bueno. No tenemos edificios paradigmáticos, tipo el Guggenheim de Bilbao, que te colocan verdaderamente en el mapa, pero la gente que nos visita se lleva aquella idea.

Creo que lo que falta en buena medida es encontrar un discurso persuasivo, para afuera y para nosotros mismos, que describa públicamente nuestra arquitectura, que es más de hacer que de reflexionar. No quiero decir que los que hacen no reflexionan, pero no hay demasiado texto y argumento desarrollado, aparte del principal argumento en la arquitectura que es la arquitectura misma. 

En el texto del catálogo hablás de la nuestra como una “callada manera”, que imagino no haya ayudado a la difusión hacia afuera ¿y cómo juega hacia adentro?

En ese texto lo que digo es que precisamente estamos en la condición ideal para tratar de encontrar un relato original; de mirar intensamente, con la mayor curiosidad, lo que hemos hecho y lo que estamos haciendo, y tratar de entender ciertas lógicas que están ahí. Y poniéndolas de manifiesto intentar darnos cuenta de que son valores que le dan cierto perfil a lo que hacemos. Sin buscar un regionalismo, ni una mirada demasiado original, pero hay ciertas cuestiones que acá se han mantenido. Por ejemplo, yo he reflexionado en el manejo del espacio que hay en la arquitectura uruguaya, o al menos en gran parte.

Lo relacionás con la presencia de Julio Vilamajó…  

A Vilamajó yo lo estudié muy detenidamente y es notorio que su mayor aporte está en el manejo del espacio. Se nos ha confundido a menudo con el Vilamajó ecléctico, claro, porque estamos mirando la superficie. Pero en realidad su enorme aporte ha sido el tratamiento del espacio, y eso de algún modo se trasmitió a sus alumnos, y sus alumnos lo trasmitieron a su vez a sus alumnos… Es lindo pensar que alguno está diciendo cosas que vienen trasmitiéndose de tres o cuatro generaciones atrás, y que de alguna manera otro las llevará adelante. Ahora, esa es una impronta que en algún momento rápidamente se licúa, desaparece, si alguien no dice acá hay un valor que hay que atender y cuidar, se pierde. Por eso me parece importante tener un discurso que sea propio, y que de algún modo empiece a dar argumentos legitimantes de nuestra propia producción.

La cuestión del oficio, el cuidado por el hacer, han sido muy característicos. No digo que sean cosas exclusivas de acá, pero son cosas que están acá, y que si no las señalamos y las ponemos en el lugar que deben estar se van perdiendo.

El movimiento cooperativo, por ejemplo, tiene mucho de lo que estoy diciendo. Porque hay un cuidado en el espacio, hay un cuidado en el oficio y las técnicas; hay un enorme cuidado por la factura en las cooperativas, por cómo está hecho, donde el detalle constructivo es tan arquitectura como la plaza, en una visión de espacio integral con calidades espaciales inocultables, interiores o exteriores, como por ejemplo en el Complejo Bulevar. Incluso en sistemas de producción muy restringidos en cuanto a posibilidades, mano de obra y economía. Y sin embargo se generaban cosas que estaban más allá de una cuestión meramente utilitaria.

Vuelvo a la “callada manera”. Laura Alemán, en su texto en Vitruvia (4), habla de “invisibilidad” para referirse al patrimonio moderno. Hace pocos días hubo un gran revuelo por la posible demolición de la Casa Martinez en Pocitos, que trascendió las fronteras de la arquitectura.

La idea de invisibilidad está bien, porque en buena medida ver significa reconocer, significa asimilar lo que se percibe a determinada experiencia, y esa mezcla de cosas hace que lo que vemos sea significativo. La ausencia total de formación, a lo largo de toda la educación formal, de temas relacionados con la arquitectura y con el diseño, explica en buena medida el desapego con el patrimonio construido. En la medida que uno no asimila como parte de uno lo que está ahí afuera no lo reconoce ni lo respeta.

A mi me preocupa muchísimo ese tema, y uno de los programas que quiero impulsar implica un vínculo fuerte entre la facultad y la formación escolar, pero llevado a un plano que no sea el de sacralizar objetos ni memorizar quién hizo qué sino disfrutar de las calidades espaciales arquitectónicas de la manera más simple e inmediata: lo que hace que en un barrio una esquina sea preferida a otra, o el rinconcito que elige un chiquilín para jugar ahí. En definitiva tratar de entender y generar una empatía fuerte desde el principio con lo que nos rodea. Esa cuestión formativa o educativa es básica para que se genere un vínculo fuerte con lo patrimonial. Ocurre que no se valora porque simplemente no se lo reconoce como valioso. Esa manera de que las cosas empiecen a cobrar significado se construye muy lentamente y desde el principio en la cultura.

Por otro lado también hay que estar atentos, porque hay ciertas cosas que tienen urgencias, y de algún modo hay que proteger o alertar; pero sin lo anterior esto simplemente adquiere una dimensión que puede llegar a desgastarse.

     

Dada la coyuntura de las recientes elecciones municipales ¿en qué medida la facultad puede o debe plantear temas en la agenda gubernamental?

Volvemos a lo del principio, la forma en la que nos presentamos ante la sociedad y la cultura. La facultad, la arquitectura y el diseño pueden dar mucho más de lo que se supone. Nosotros somos capaces de construir miradas integradas; de generar propuestas vinculantes en distintos planos y escalas; podemos resolver situaciones y advertir oportunidades. Entonces creo que ahí tiene que estar la exigencia de afuera hacia adentro, pero sobre todo que la facultad tiene que levantar la vara y salir a ofrecer posibilidades. Hemos ensayado algunas cosas pero no han sido tan fructíferas como queremos, tampoco es fácil, pero es obligación nuestra levantar la vara y es obligación de la sociedad también levantar la vara con respecto a la arquitectura, y darse cuenta de que hay una oportunidad en este tipo de pensamiento. Yo quiero que a la facultad la exijan.

Notas:

1 – El Taller Vertical es una estructura que tiene todos los años de la carrera, de introductorio hasta los cursos de urbanismo.

2 – Plan de estudios que rigió desde 1952 hasta el 2002

3 – Latin America in Construction: Architecture 1955-1980. Ver la diaria 24/3/15

4 – Laura Alemán, Tan frágil. Muerte y vida de lo incomprendido, en Vitruvia #1, Octubre de 2014

autor: gustavo hiriart

publicado originalmente en la diaria, Montevideo, Uruguay

http://ladiaria.com.uy/articulo/2015/5/forma-y-espacio/

La diaria, edición 15/05/15

La diaria, edición 15/05/15